EL SECRETO DE LA PIEDRA DEL COYOTE: UN VIAJE ENTRE LEYENDA Y REALIDAD

Piedra del Coyote

 


La denominada "piedra de Coyote" no se trata en realidad de una piedra, sino más bien de un tumor que se localiza en la región de la cabeza del animal. Este tumor es consecuencia de la predisposición genética de los coyotes, que propicia la proliferación anormal de células en dicha área, dando lugar a la formación del mencionado tumor, el cual es expulsado por el Coyote durante la luna llena.

 

En las vastas extensiones del Anáhuac, donde los rayos del sol ardían con intensidad y el viento del desierto susurraba historias antiguas, vivía Azcatl, un intrépido pochteca cuyo nombre significaba "hormiga" en honor a su tenacidad. Sus cabellos plateados eran un testimonio de las travesías y experiencias que había acumulado a lo largo de los años, convirtiéndolo en un experto en el arte del comercio y en un viajero experimentado.

 

Una noticia llegó a los oídos de Azcatl, llevada por el viento y los rumores de las ciudades: en los desiertos del norte del Anáhuac, en algún lugar donde los coyotes solitarios aullaban a la luna, se decía que existía una piedra misteriosa, la "piedra del coyote". Según la leyenda, esta piedra confería poderes inusuales a quien la poseyera. Los corazones ambiciosos ansiaban tenerla, pero solo los valientes se aventuraban en el peligroso camino.

 

Azcatl no era ajeno a los desafíos del comercio de larga distancia. Movido por el deseo de enfrentar lo desconocido y cumplir su deber como pochteca, preparó su viaje. Se despidió de su familia y de las murallas imponentes de Tenochtitlán, la gran ciudad que lo había visto crecer y que albergaba sueños de riqueza y gloria.

 

Las estaciones pasaron, y los pies de Azcatl cruzaron vastas llanuras, colinas ondulantes y ríos serpenteantes. Cada paso lo acercaba a su destino y al objeto de su búsqueda. Sus pensamientos se entrelazaban con las palabras de los ancianos, que hablaban del valor de los pochtecas en la antigüedad: "Eran los enlaces de tierras distantes, los portadores de tesoros olvidados".

 

Finalmente, después de un tiempo que solo el desierto entiende, Azcatl alcanzó los límites del norte, donde las arenas doradas se fundían con el cielo infinito. Bajo la luz de la luna llena, presenció el inaudito espectáculo. Un coyote solitario danzaba con la noche, y en su danza, una piedra, la "piedra del coyote", fue arrojada al mundo. El viento sopló como un susurro ancestral, y Azcatl sintió que el cosmos mismo era testigo de este momento.

 

La "piedra del coyote" estaba en sus manos, un tesoro que desafió los límites de la razón y la realidad. Con su anhelo cumplido, Azcatl emprendió el regreso a su hogar, enfrentando los mismos desafíos que había enfrentado en su camino hacia el norte. El viento parecía llevar consigo las voces de los antiguos pochtecas que habían caminado por esos senderos antes que él: "Eran como hormigas, incansables y decididos".

 

Cuando finalmente regresó a Tenochtitlán, presentó la piedra ante el emperador Moctezuma, cuyos ojos reflejaban la emoción y el asombro. La piedra relucía bajo la luz del sol, de ella se desprendía una poderosa atracción y su mera presencia hablaba de las hazañas y la perseverancia de Azcatl.

 

Cuando Moctezuma toco la piedra con su mano un fuerte destello iluminó su mente y pudo ver como se acercaban por el mar poderosos navíos repletos de hombres extraños. Tal visión impactó tanto al emperador que se dice que no pudo dormir durante varios días, durante los cuales lloró hasta que el cansancio de su tristeza derrotó su vigilia.

 

El nombre de Azcatl resonaría en las historias de los pochtecas, transmitiendo su legado de valentía y dedicación. Su viaje a través de los desiertos inhóspitos para traer la "piedra del coyote" demostró que, incluso en las fronteras del conocimiento, los pochtecas seguían siendo los guardianes de los secretos y los portadores de tesoros que unían tierras distantes y tiempos inmemoriales.

 

Guillermo Rizo

Editor de Mistósfera de México


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