TEOTIHUACÁN: DESCIFRANDO EL RELOJ CÓSMICO DE LA ANTIGÜEDAD

 

Antigua ciudad de Teotihuacan



Teotihuacán, la imponente ciudad de Mesoamérica, ubicada en el valle de México, ha desafiado el paso de los siglos con majestuosas pirámides y avenidas que se elevan como testigos silenciosos de su grandeza ancestral. A través de los siglos, sus impresionantes estructuras siguen evocando un aura de misterio y asombro, mientras revelan el ingenio y la habilidad de una civilización que supo dominar el tiempo y el espacio con precisión astronómica. Teotihuacán, una ventana al pasado que nos invita a reflexionar sobre la trascendencia de la historia humana y el esplendor de una cultura que dejó una huella imborrable en el corazón de la humanidad.

 

Había una vez un anciano sabio llamado Axayácatl que vivía en una pequeña aldea cercana a las imponentes ruinas de Teotihuacán. Era un hombre de mirada profunda y arrugas marcadas por los años de sabiduría acumulada. Siempre llevaba consigo un bastón tallado con símbolos antiguos y una manta tejida con los colores vibrantes del sol y la luna.

 

Un día, su nieto Cuitlahuac, un niño curioso y lleno de preguntas, se acercó a él mientras observaba las estrellas brillar en el cielo nocturno. Cuitlahuac le preguntó: "Abuelo, ¿qué son esas antiguas estructuras de piedra que se alzan en el horizonte? ¿Qué significado tienen?"

 

Axayácatl sonrió con cariño y respondió: "Mi querido Cuitlahuac, esas majestuosas estructuras son los restos de una antigua ciudad llamada Teotihuacán. Para mí, Teotihuacán es como un enorme reloj que mide el tiempo y el espacio en el universo".

 

El anciano continuó su relato, explicando que las pirámides y avenidas de Teotihuacán estaban cuidadosamente alineadas con los eventos astronómicos, como la salida del sol en los solsticios y equinoccios. "Esas alineaciones nos ayudan a marcar las estaciones y los ciclos de la naturaleza", dijo Axayácatl. "Nuestros ancestros conocían los secretos del cielo y sabían que al comprender los movimientos de los astros, podían guiar sus actividades agrícolas y celebrar sus rituales sagrados en armonía con el cosmos".

 

Cuitlahuac escuchaba atentamente las palabras de su abuelo y preguntó: "¿Pero cómo puede ser un reloj si no tiene manecillas ni números?"

 

El anciano sonrió nuevamente y le respondió: "No necesitaba manecillas ni números, mi querido nieto. Teotihuacán es un reloj celestial, cuyas agujas son el sol y la luna, y cuyos números son las estrellas en el firmamento. Cada cambio en su apariencia y posición nos habla de los ciclos de la vida, del paso del tiempo y de la conexión entre el cielo y la tierra".

 

"Además", continuó Axayácatl, "Teotihuacán también nos enseña sobre el espacio, la vastedad del universo. Su inmensidad nos recuerda lo pequeños que somos en comparación con el cosmos, pero también nos enseña que somos parte de algo más grande, una danza cósmica que abraza a toda la creación".

 

Cuitlahuac contempló las ruinas de Teotihuacán con nuevos ojos, sintiendo la grandeza de su significado ancestral. Desde ese día, él y su abuelo visitaban frecuentemente el lugar, observando las estrellas y los ciclos de la naturaleza, y aprendiendo juntos sobre la sabiduría de sus antepasados.

 

Así, Axayácatl compartió con su querido nieto Cuitlahuac la magia y el misterio de Teotihuacán, como un gigantesco reloj cósmico que les recordaba la importancia de estar en armonía con el tiempo y el espacio, y cómo encontrar su lugar en el vasto universo que los rodeaba.

 

Guillermo Rizo 

Editor de Mitósfera de México


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